Publicado en el diario El Mundo el 11 de febrero de 2000.
La economía de mercado se ha convertido en el paradigma de organización económica del mundo desarrollado. Es un status algo sorprendente porque es un tipo de estructura económica que no es obvia ni intuitiva. Quizás esto explica que cuando se argumentan pros y contras sobre el sistema de mercado se aminoren algunas características importantes y se centre sistemáticamente la discusión en tres aspectos básicos.
La eficiencia para utilizar recursos y producir un máximo de bienes y servicios, quizás el menos discutido de sus atributos, se pone en cuestión porque los precios de los bienes no recogen en muchos casos valores medioambientales, ecológicos o que permitan un crecimiento viable a medio plazo.
La asociación de libertad económica con libertad política y humana, y en un aspecto más concreto con el sistema democrático, se minimiza argumentando que si bien en el mercado los individuos son libres, la desigualdad de posiciones para competir convierte esa libertad en algo meramente formal.
La justicia de la distribución de renta y riqueza que produce el mercado, quizá su aspecto más criticado, se ataca por no tener en cuenta ni la desigualdad inicial de recursos ni las necesidades de los seres humanos. Se implica que el mercado premia unas capacidades que ni son justas en su origen ni son la única pauta por la que debe regirse la distribución del producto social.
El status del mercado y de sus defensores es caracterizado como «pensamiento único», mientras que podríamos calificar los negativos argumentos de los atacantes como de su «único pensamiento».
Movilidad
Un argumento de defensa del mercado no utilizado es el de la movilidad. Nunca en la Historia ha existido una organización económica que provoque internamente, la movilidad entre clases sociales, grupos, estructuras de renta y riqueza, que genera el mercado. Es cierto que las revoluciones provocan una enorme movilidad social, pero en general suponen el cambio de una clase (aristocracia en el caso ruso) por otra (los soviets). Una vez asentada esta nueva clase las rigideces que impiden la movilidad social siguen siendo grandes.
En nuestro caso esa movilidad se genera internamente por el carácter competitivo y la transparencia estructural que exige el buen funcionamiento del mecanismo del mercado. En los países desarrollados, y cuanto más desarrollo más aguda es esa movilidad, las barreras objetivas a ascender o descender en la clasificación social de los seres humanos son más pequeñas que nunca. No sólo es que las personas brillantes, voluntariosas o afortunadas pueden partir de una situación anodina para convertirse en líderes sociales, también el mantenimiento de la riqueza (y con él el status social) en caso de individuos incompetentes o perezosos, se ha hecho mucho más difícil.
Esta sumamente deseable característica la genera sin duda el sistema impositivo, pero mucho más la esencia de competencia abierta del propio modelo económico. De hecho si cogemos la lista de las 350 personas más ricas del mundo en 1988 y 1998, sólo se mantiene, después de esos 10 años, la tercera parte.
La esperanza que genera el que el progreso dentro de una sociedad esté razonablemente ligado al mérito personal actúa de efecto compensador de la injusticia que puede llevar implícita la desigualdad económica existente.
Finalmente, la movilidad mejora claramente la eficiencia del funcionamiento del mercado, lo que supone un nivel de bienestar estrictamente superior a de otros tipos de estructura económica.