Publicado en el diario Expansión el 12 de noviembre de 2002.
La real Academia define solidaridad como "La adhesión a la causa de otros". Cuando hoy decimos que alguien es una persona solidaria le añadimos a esa definición un componente moral, de tal forma que no sólo decimos que alguien se ocupa de lo de los demás sino, que es "bueno" comportarse así. La evaluación de comportamientos solidarios tiene por tanto dos partes, la primera es si nuestro afán por los demás es efectivo para los fines que se pretenden. La segunda, que en general damos por supuesta, es nuestro "buen" comportamiento social.
Sin embargo la ayuda al prójimo no conlleva necesariamente un componente moral. Si alguien es obligado taxativamente a ayudar a los demás, su comportamiento no tiene valor moral, aunque desde el punto de vista práctico pueda ser muy útil. La libertad en la acción es un requisito imprescindible para que hoy podamos definir a alguien como solidario.
Igualmente tendría escaso valor moral que alguien se denominase solidario porque reclame que otra persona o institución ayude a los demás. Tampoco daríamos el mismo valor moral a alguien que colabora directamente con la ayuda al prójimo, que a alguien que exige que sea el Estado el que colabore.
El máximo del valor "moral " de la solidaridad lo conseguiría alguien que libremente y con sus propios recursos, ya sea esfuerzo personal o ayuda financiera, se interesa por el bienestar de terceras personas con quienes no tiene ninguna obligación.1
Estas consideraciones vienen al caso del contencioso sobre el tratamiento médico del SIDA en los países subdesarrollados. Esta discusión se ve influenciada por el papel moral que se arrogan aquellos que reclaman a las compañías farmacéuticas que sean solidarias y reduzcan por tanto el precio de sus fármacos para estos paises.
No consigo ver la solidaridad de los que exigen, sin aportar su dinero ni su esfuerzo (excepto en lo que se respecta a la ¡protesta!), a otros estados o empresas, que ayuden a los demás. Tampoco veo el valor moral de las farmacéuticas que terminen cediendo a esas exigencias porque les convenga para su imagen comercial en los paises desarrollados.
Si dejamos de lado por el momento los factores morales, la discusión queda reducida a la forma más efectiva de ayudar médicamente al Sur. Al obligar a las farmacéuticas a ceder sus derechos por razones humanitarias, aunque esta cesión se produzca "voluntariamente" por razones comerciales, estamos hipotecando gravemente el futuro de la investigación de enfermedades que afectan al Tercer Mundo. Después de la experiencia con el SIDA es dificil ver el interés de las empresas en investigar, por ejemplo la malaria; enfermedad de poco peso en los paises del Norte.
1. Es dudoso que llamásemos solidario a alguien que se interese por sus hijos o sus padres.